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Escuela de Rally

Luis Moya

Luis Moya, la voz más rápida del automovilismo

Luis Moya: Su presentación oficial en el carnet de identidad reza Luis Rodríguez Moya. Pero el mundo del deporte en general, y del automovilismo en particular, lo identifican como Luis Moya: el mejor copiloto de la historia del Rally, dos veces campeón del mundo junto a su compañero y compatriota, Carlos Sainz.

Como en la música, como en el deporte y como en la vida, las uniones necesitan dos extremos fuertes que se conjuguen para potenciarse entre sí mismos, una pulsión más fuerte que ellos de manera aislada y que -únicamente- funcione cuando las dos herramientas se brinden al máximo.

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En esa teoría, la de los binomios perfectos, la de las duplas icónicas y las de las compañías inolvidables se erigen tres historias: la de Luis Moya por un lado, la de Carlos Sainz por otro y, finalmente, la propia historia que ellos escribieron juntos.

Y es que se trata de palabras mayores, de nombres propios de fuste que le dieron otro sentido al Rally Mundial. Los españoles conquistaron dos títulos mundiales con la marca japonesa Totoya (a bordo de un Celica GT-Four ST165 en la temporada 1990 y con un Celica Turbo4WD ST185 en la temporada 1992).

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Y se quedaron a las puertas de un tercer memorable festejo, en el que protagonizaron una escena digna de una película de drama. En 1998, en el Rally de Gran Bretaña, el Toyota Corolla en el que competían se detuvo a tan solo 500 metros de la meta.

Mucho antes de la época de las redes sociales y de la rápida difusión de las noticias, la reacción de Moya, su copiloto, se volvió viral: ¡Trata de arrancarlo Carlos! ¡Trata de arrancarlo! ¡Trata de arrancarlo, por Dios! fue lo último que dijo el nacido en La Coruña antes de que la decepción se apoderara de ambos.

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Pero esa es otra historia.

La de Luis Moya, que solía ocupar un puesto en el que los protagonistas nunca se lucen y, por el contrario, casi siempre suelen pasar desapercibidos, fue una excepción. Y no es para menos.

Porque la tarea del copiloto (también conocido en muchas partes del Mundo como copiloto) es vital, fundamental y de suma importancia para que el piloto que tiene a su lado pueda poner foco, a lo largo de todo el recorrido de competición, exclusivamente en la forma de manejo.

Se abocan a cuestiones reglamentarias, se ocupan de los horarios de actividad, y se involucran para que todas las obligaciones burocráticas y deportivas se cumplan. Y, sobre todo, trazarán una hoja de ruta detallada para que, durante la competición, su compañero o compañera pueda depositar su confianza en ellos.

Luis Moya

Sus primeros pasos en la actividad deportiva como copiloto se remontan al año 1983, cuando debutó oficialmente en el Rally Rías Baixas. Su primer compañero fue José Mariñas.

Poco tiempo después llegaría su primer éxito. Fue en el Campeonato Gallego de Rally, en años consecutivos, donde se impuso junto a José Mora en los certámenes de 1985 y 1986. Esos buenos resultados derivaron en un salto de calidad interesante para él: el equipo oficial de Renault lo convocó en 1987 para sentarse al lado de Guillermo Barreras.

Su desempeño se hizo conocido y así llegó, en 1988, a conformar una dupla auspiciosa con Carlos Sainz, que participaba en el Campeonato de España de Rally desde 1985 y que debía reemplazar, después de su separación, a Antonio Boto.

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Luis Moya llegó, así, en un momento ideal. Juntos fueron conformando un binomio tan perfecto, que la temporada del Campeonato Mundial de Rally los tuvo como protagonistas casi excluyentes. Fue tan destacada su labor que pudieron consagrarse una fecha antes del desenlace del calendario, en el Rally de San Remo.

Después, y ya como flamantes campeones, viajaron a Gran Bretaña para lucirse y coronar el año con una victoria más.

Dos años después, en Montecarlo, debutaron con la nueva carrocería del Toyota Celica GT4 en otra temporada que quedaría grabada para siempre en sus retinas porque significaría el segundo título para su palmarés y, además, la revalidación de un funcionamiento ejemplar arriba y abajo del vehículo.

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La escena protagonizada en 1998 en Gran Bretaña, a pocos metros de conseguir su tercera corona, los llenó de ambición para retornar con mayor entereza, pero ya nada volvería a ser igual. En 2002, Moya y Sainz decidieron separar sus caminos. El -para muchos- mejor copiloto de todos los tiempos anunció que dejaría la actividad, mientras que Sainz continuaría despuntando su vicio con talento y solvencia a pesar de su edad: con 47 años salió campeón por primera vez en el Dakar, en 2010 (y repetiría ese lauro en 2018 y 2020, respectivamente).

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Deportista nato y competidor desde sus primeros recuerdos, Moya continuó ligado al automovilismo y al Rally como manager y como director deportivo, pero nunca más volvió a reencontrarse con la llama de su pasión como cuando, con profesionalidad y dedicación, indicaba a Sainz con precisión cuál sería la hoja de ruta que compartirían en un nuevo desafío conjunto.

Sufrió cinco aneurismas que significaron un fuerte golpe en el plano de su salud, pero pudo recuperarse y en la actualidad practica natación (también hacía running, pero una vértebra desplazada lo obligó a suspender esa actividad): en 2007, en un acto que lo terminó de erigir como figura destacada del deporte, cruzó el Estrecho de Gibraltar a nado en homenaje a su padre, un médico de vasta trayectoria en La Coruña, con el deseo de poder recaudar fondos para una organización benéfica de su ciudad natal.

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Fue la voz “más rápida del automovilismo”, marcó una época y le puso nombre propio a un oficio que, hasta el momento en el que él apareció, no era desmerecido, pero sí poco valorado. Luis Moya reivindicó el papel de los copilotos en el Rally para marcar un antes y un después en su labor: “la de los protagonistas silenciosos que no ganan carreras, pero que sí pueden perderlas en cualquier mínimo error”.

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Autor: Stefano La Rosa

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